Libros  Opinión 

Aprendiendo en Las Vegas

Casinos y museos de franquicia

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Aprendiendo en Las Vegas

Casinos y museos de franquicia

Luis Fernández-Galiano 
04/11/2000


La historia absolverá a Robert Venturi. El gran arquitecto y teórico norteamericano preconizó en los años sesenta y setenta una arquitectura pop, más atenta a lo ordinario que a lo heroico, y más sensible al gusto común que al refinamiento de las élites; sin embargo, sus tesis cayeron después en el descrédito, arrastradas tanto por la calidad incierta de los propios edificios de Venturi como por la marea de construcciones triviales levantadas en los años ochenta por arquitectos posmodernos que se reclamaban discípulos suyos. Hoy, en cambio, los mismos que escenificaron la ruptura ‘deconstructiva’ con el populismo de Venturi peregrinan expiatoriamente a los lugares sagrados de su religión estética: a Disney desde luego, que ya hace tiempo contrató a algunos arquitectos de formas agitadas para sus parques de atracciones; y ahora, por fin, impulsados por la ola musculosa y vulgar de la euforia económica americana, al destino definitivo, Las Vegas.

El populismo venturiano vuelve a cotizar en el debate arquitectónico a través de Koolhaas, quien ha diseñado en el casino The Venetian de Las Vegas dos recintos para montar exposiciones de los museos Guggenheim y Hermitage.

Venturi fue allí con sus alumnos de Yale en 1968, y el resultado de aquella exploración académica fue un libro mítico, Aprendiendo de Las Vegas, que apareció con un subtítulo aclaratorio, ‘El simbolismo olvidado de la forma arquitectónica’, seguramente menos expresivo que el elegido por los propios estudiantes, ‘La gran locomotora cultural proletaria’. Pues bien, esta locomotora del ocio, que recibe anualmente más de 36 millones de visitantes, presentará el próximo año, y dentro del recinto del casino The Venetian, el primer fruto de la colaboración entre el museo Guggenheim de Nueva York y el Hermitage de San Petersburgo: una galería de arte proyectada por Rem Koolhaas que mostrará obras de los dos museos, y que se acompañará de una colosal sala de exposiciones, también diseñada por Koolhaas, donde el Guggenheim podrá hacer recalar sus grandes muestras, comenzando por la ya muy famosa de las motos, que con un montaje de Frank Gehry inaugurará la sala.

Koolhaas, que ha sufrido hace poco la cancelación de su proyecto en Los Ángeles para Universal Studios, tiene aquí la oportunidad de materializar sus tesis lúcidas y cínicas sobre «el espacio basura» de la industria del ocio. En su texto más reciente, que lleva precisamente ese título, el último galardonado con el premio Pritzker nos anima a «... descubrir los casinos, investigar los parques temáticos. Nuestra preocupación por la gente ha hecho invisible la arquitectura de la gente... En el espacio basura, el aura antigua se cruza con el lustre nuevo para alumbrar una súbita viabilidad comercial... Barcelona se amalgamó con los Juegos Olímpicos, Bilbao con el Guggenheim, la calle 42 con Disney.» En Las Vegas, Koolhaas oficiará de sacerdote para el matrimonio del Guggenheim con el Hermitage, y de ambos con el último casino llegado al strip, una reproducción de Venecia con canales, góndolas y el puente del Rialto a escala natural.

Cuando Las Vegas perdió el monopolio del juego tuvo que dotarse de una nueva identidad, y la apuesta fueron los hoteles temáticos. Desde la imitación festiva de la Roma clásica que ofrece el Caesars Palace a laréplica de la ciudad de los canales en The Venetian, pasando por las torres y monumentos de la gran manzana en New York New York, la otrora ‘ciudad del pecado’ ha completado con éxito su disneylandización.

En el bullicioso vestíbulo de The Venetian, por el que pasan diariamente cien mil visitantes, se instalará The Jewelbox —el joyero—, la galería de 700 metros cuadrados a la que han dado el enfático nombre de Museo Hermitage-Guggenheim, diseñada por Koolhaas con muros de acero cortén, y que se inaugurará en la primavera de 2001 con cuarenta obras impresionistas y de las vanguardias modernas provenientes de las colecciones de ambos museos.Y como edificio autónomo en el complejo del casino ha comenzado ya a construirse la sala de exposiciones de 6.000 metros cuadrados denominada Guggenheim Las Vegas, concebida por el arquitecto holandés como un gran hangar de 20 metros de altura, con luz cenital y una grúa-puente que refuerza su apariencia industrial, y que se abrirá en el verano de 2001 con las motos expuestas anteriormente en Nueva York y Bilbao.

El reciente pero argumentado entusiasmo de Koolhaas por Las Vegas no era inicialmente compartido por Thomas Krens, director de la Fundación Guggenheim, a quien los dueños de The Venetian habían originalmente propuesto mostrar la exposición ‘The Art of the Motorcycle’ en su casino; sin embargo, el recuerdo de los elogios de Venturi y la disposición de los promotores hoteleros a construir espacios nuevos con el concurso del arquitecto de Rotterdam disolvieron sus reticencias ante lo que en imera instancia había considerado «demasiado cutre»: «pero al principio también Bilbao parecía un lugar sumamente improbable...» Y en lo que respecta a los rusos, su extrema postración económica les hace hoy difícil rechazar cualquier propuesta que parezca financieramente apetecible, circunstancia que maquillan en este caso con las inocentes explicaciones ofrecidas por el director del Hermitage a The New York Times: «Las Vegas es América; es un sitio donde va mucha gente. Y en Rusia estamos acostumbrados a llevar el arte y la cultura donde está la gente. Es parte de la tradición soviética de educar a las masas.» Así que quizá los alumnos de Venturi entendieran Las Vegas mejor que su profesor, y los casinos colosales que se elevan como un espejismo temático sobre el desierto de Nevada no sean a fin de cuentas sino una «gran locomotora cultural proletaria.»

Juego limpio en un oasis del ocio

Las Vegas perdió el monopolio del juego en 1971, cuando Atlantic City legalizó sus casinos, y la vieja «ciudad del pecado» tuvo que dotarse de una nueva identidad. La apuesta fueron los hoteles temáticos, no dirigidos ya sólo a jugadores de azar, sino a un nuevo público de viajes organizados, vacaciones y congresos. Treinta años después, la disneylandización de Las Vegas ha hecho de ésta la ciudad norteamericana de más rápido crecimiento, donde los antiguos gángsteres que controlaban el juego y la prostitución han sido sustituidos por magnates hoteleros que suministran entretenimiento familiar. El pionero de este cambio fue un promotor de Atlanta, Jay Sarno, que en 1966 abrió en Las Vegas el Caesars Palace, un gigantesco hotel y casino diseñado como una imitación festiva de la Roma clásica; y los últimos en sumarse al fervor temático han sido los clientes de Koolhaas, Sheldon Adelson y Rob Goldstein, que en el verano de 1999 inauguraron The Venetian, un casino que es también palacio de congresos y centro comercial, además de un hotel de 3.000 habitaciones que con su proyectada ampliación a 6.000 será el mayor del mundo. Pero quizás el promotor con más éxito ha sido Steve Wynn, cuyo hotel Mirage de 1989 fue la chispa que encendió la floración espectacular de los años noventa: el Excalibur artúrico, el inevitablemente piramidal Luxor, el ramillete de rascacielos del NewYork New York, y hasta su propio Bellagio de 1998, el más lujoso de todos, cuya Gallery of Fine Art incorporada al hotel ha sido el antecedente inmediato de la aventura matrimonial del Guggenheim y el Hermitage en este oasis de Nevada.


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