La ciudad ya no se traza: se programa. Como una temporada de teatro o una fiesta de aniversario, el desarrollo urbano se orquesta en torno a espectáculos que tematizan el esfuerzo, facilitan la asignación de los fondos y hacen visible la inversión. La Barcelona olímpica, que tantos beneficios materiales y simbólicos obtuvo de la organización de los Juegos en 1992, impulsó al poco tiempo otro proceso de crecimiento allí donde la Diagonal se encuentra con el mar, y de nuevo puso al empujón urbano fecha y apellidos: 2004, año en el que se celebrará un polícromo Fórum de las Culturas como señuelo congresual de esta aventura inmobiliaria.

Bajo el lema plural y políticamente ortodoxo de las culturas, este nuevo fragmento de Barcelona reemplaza la pauta racional, monocorde y civilizada de la malla por un collage emocional y poliédrico de objetos en conferencia abigarrada de intenciones, ofreciendo así una excelente representación física del cuerpo social descoyuntado de la ciudad finisecular. En ese tránsito de la trama al tótem, la urbe tribal se hace suceso trivial, y convertida en marca turística se ofrece en el mercado de los logos como un destino deseable: se diría que sólo el urbanismo de mercado permite responder de manera cabal a la demanda exigente del mercado de las urbes.

Los que piensan que cualquier tiempo trazado fue mejor censuran de este urbanismo discontinuo su dócil aceptación de la privatización espacial, su narcisista sustitución del flujo por el icono y su vigorosa capacidad de producir segregación y desigualdad bajo la máscara amable de la singularidad y la diferencia: en contraste con otros imperios del pasado, el actual extiende su dominio universal a través de la exaltación de lo particular, conformando nuestra ciudad genérica como un patchwork de identidades específicas, enhebradas por el hilo rojo y narcótico del simulacro que hace compatible la ironía posmoderna y la ficción hipermoderna.

Si la ciudad global es la expresión de un poder planetario, lo es también de un mercado que cartografía los deseos colectivos, y por lo tanto de un modelo sometido a un refrendo coral y caudaloso que vota con hipotecas y alquileres por la seguridad y el espectáculo. A fin de cuentas, la ciudad desarticulada e individualista de las estrellas es preferible a la ciudad homogénea e igualitaria del despotismo, y el espacio basura del urbanismo temático es infinitamente más tolerable que el paisaje de ruinas del urbicidio sistemático. Podrán llamarla McBarcelona, ©Barcelona o Barcelona SA; pero nadie dudará entre la Barcelona genérica y los Balcanes étnicos.


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