Necrológicas 

Fernando Higueras

30/04/2009


(1930-2008) 

La expansiva vitalidad de Fernando Higueras y su carácter hedonista quedaron reflejados en su arquitectura de hormigón de expresivo rigor geométrico, fruto de su sensibilidad musical. Nacido en Madrid, estudió en el colegio Estudio —heredero de la Institución Libre de la Enseñanza— para el que diseñó una nueve sede en Aravaca en 1962, tres años después de obtener el título de arquitecto en la Escuela de Madrid. En 1961 fue galardonado con el Premio Nacional de Arquitectura, junto a Rafael Moneo, por el anteproyecto del Centro de Restauraciones Artísticas de la madrileña Ciudad Universitaria, proyectado definitivamente en 1965 y terminado en 1984. De planta radial, el expresivo hormigonado y el remate de agujas de vidrio remitían a formas de la naturaleza, como el girasol o el erizo de mar, y popularizaron el edificio con el nombre de ‘la corona de espinas’. En 1963 inició su colaboración con Antonio Miró, su socio hasta 1969, junto al que realizó buena parte de sus proyectos: la Unidad Vecinal de Absorción de Hortaleza (1963), un conjunto residencial de 1.100 viviendas mínimas que tenía que ser provisional y desmontable; numerosas casas con amplios voladizos en la sierra madrileña, como la del artista Lucio Muñoz (1962-1963); o las viviendas para militares en la glorieta de San Bernardo, Madrid (1967-1975), que combinan la vegetación colgante de los balcones corridos con impecables acabados de hormigón. Con talento para el dibujo, la acuarela, la escultura y la fotografía, y grandes dotes para la música —fue discípulo de Andrés Segovia—, mantuvo una estrecha amistad con el pintor Antonio López, el escritor y dramaturgo Francisco Nieva, y el artista canario César Manrique, quien colaboró en el diseño de los jardines del hotel Las Salinas de Teguise, Lanzarote (1973-1977), una imponente estructura aterrazada construida en pleno auge turístico de la década de los setenta. Sus hipnóticas propuestas para concursos como el del Pabellón Español en Nueva York (1963) el Teatro de la Ópera de Madrid (1964), o el colosal edificio multifuncional en Montecarlo (1969), diseñado como una ciudad dentro de la ciudad, de planta radial y terrazas voladas, no llegaron a construirse. Tras los trepidantes años sesenta y setenta, su producción bajó en las siguientes décadas, volviendo a agitar las aguas arquitectónicas a finales de los noventa con una iglesia en ladrillo de inspiración sasánida, la polémica y arcaizante ‘Catedral de Pozuelo’.


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