Opinión 

Los ejércitos del amanecer

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Los ejércitos del amanecer

Luis Fernández-Galiano 
01/03/2024


Protesta de granjeros frente a la Puerta de Brandeburgo en Berlín © Fabian Sommer / Alamy 

En la fría mañana berlinesa, los tractores sobre la avenida que conduce a la Puerta de Brandeburgo se alinean con la disciplina de un ejército ocupante. Norman Mailer escribió The Armies of the Night movido por la marcha sobre el Pentágono de 1967, y los actuales ejércitos del amanecer que han paralizado un cúmulo de ciudades europeas están aún esperando quien relate su historia como novela, y su novela como historia.

La revuelta de los agricultores, que tras despertar en Alemania y Francia se ha extendido a España y buena parte del continente, tiene dos relatos contrapuestos: el mundo urbano, que siente simpatía por las gentes del campo, no entiende sin embargo que un sector tan pequeño de las economías nacionales, subvencionado además por la Política Agraria Común, pueda sufrir tal frustración y causar tantas molestias en la vida cotidiana; el ámbito rural, que se percibe abandonado e incomprendido, piensa que no se valora su trabajo esencial como productores de alimentos —tan evidente durante la pandemia—, deplora ser considerado como enemigo del medio ambiente y se asfixia bajo el peso de la burocracia y la competencia desleal.

La globalización productiva y la eficacia de la distribución dieron lugar a una alimentación muy barata y abundante, ahuyentando el espectro milenario de la carestía y el desabastecimiento, y haciendo de Malthus un mal sueño que solo las hambrunas africanas hacían presente en la mala conciencia de los europeos prósperos. Todo esto cambió con la fractura de las redes logísticas durante la crisis epidemiológica y con la polarización geopolítica que ha conducido a localizar los suministros en geografías próximas o en países ideológicamente cercanos. El encarecimiento de los alimentos, que no se ha reflejado adecuadamente en los ingresos que obtienen los productores, se inscribe en un panorama inflacionario que afecta al precio de los fertilizantes y del combustible, abriendo un círculo vicioso que aboca a la ruina de muchas explotaciones, constreñidas además en nuestro continente por una exigente legislación medioambiental que no parece aplicarse con el mismo rigor en todos los países, y no digamos ya en el espacio extracomunitario, evidenciando con ello que Bruselas ha puesto la ecología y el paisaje muy por delante de la despensa.

Las caravanas de tractores se movilizan ahora por la ventana de la oportunidad que se abre en los meses previos a las elecciones europeas de junio, donde los partidos socialdemócratas y conservadores temen el auge de la ultraderecha nacionalista, tan influyente en Hungría, Italia, Francia, Alemania, Países Bajos o Polonia: un grupo de países, junto con Estados Unidos e Israel, en los que The Economist satiriza su derecha GAGA (Global Anti-Globalist Alliance). La protesta de agricultores y ganaderos ha hecho ya corregir el ritmo de la transición verde, pero los 17 objetivos y las 169 metas que forman la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible siguen siendo un marco de referencia ambiental tan piadosamente invocado como difícilmente materializable. Reconciliar los intereses de la ecología con los de la alimentación no es algo que pueda dirimirse en los términos de la añeja pugna entre el campo y la ciudad, pero es posible que los actuales episodios sean solo el prólogo de algo más amplio: de Berlín a Madrid, esos ejércitos del amanecer nos interpelan convocándonos a un combate por el pan y el planeta que merece un relato compartido.

Protesta frente al Palacio de Fomento en Madrid


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