Opinión  Sociología y economía 

Los pilares del cielo

La destrucción de las Torres Gemelas neoyorquinas

Opinión  Sociología y economía 

Los pilares del cielo

La destrucción de las Torres Gemelas neoyorquinas

Luis Fernández-Galiano 
12/09/2001


La destrucción de las Torres Gemelas neoyorquinas no sólo devasta vidas humanas, mina la confianza en la sociedad industrial y debilita la musculatura financiera de Manhattan: arrasa también un símbolo de los Estados Unidos y una monumental proeza arquitectónica. Estos dos pilares del cielo, que a la manera de una colosal puerta daban la bienvenida a Nueva York, fueron, a su coronación en 1972 y 1973, los rascacielos más altos del planeta, y un emblema optimista de la capacidad contemporánea de la economía y de la técnica para construir una ciudad nueva. Proyectadas por Minoru Yamasaki (1912-1986), el mismo arquitecto que después firmaría la torre Picasso madrileña (la más alta de la Península cuando se terminó en 1988), las torres del World Trade Center serían superadas poco después en la carrera de la altura por la torre Sears de Chicago (1974) y, en fechas más recientes, por las torres Petronas de Kuala Lumpur (1996); pero ninguno de estos rascacielos alcanzaría la estatura mítica de las Torres Gemelas, una visibilidad simbólica que ya las convirtió en objetivo de un atentado terrorista islámico el 26 de febrero de 1993. Entonces, la bomba que estalló en su garaje subterráneo no afectó a la estructura de los edificios, pero el sistema de seguridad resultó tan dañado que las oficinas de las torres no pudieron volver a ocuparse hasta el 18 de marzo siguiente, con unas consecuencias económicas demoledoras para la ciudad de Nueva York.

Aunque siempre se han conocido como gemelas y ambas tienen 110 plantas, la primera de las torres en terminarse (One World Trade Center) era ligeramente más alta que su hermana (Two World Trade Center): 417 frente a 415 metros. Su autor, un norteamericano de origen japonés nacido en Seattle que se formó en el despacho neoyorquino de Wallace K. Harrison, eligió para ellas la entonces inevitable estructura de acero —el desarrollo de los hormigones de alta resistencia ha hecho este material estructural más popular en la última generación de rascacielos—, repartida entre el núcleo central que alberga ascensores, escaleras y conductos y la fachada, construida con elementos horizontales y verticales unidos para formar vigas Vierendeel. Esta disposición de tubo dentro de tubo permite, por un lado, conseguir unas plantas de oficinas diáfanas, al no existir soportes entre el núcleo y la fachada, y por otro, alcanzar una rigidez suficiente para absorber el impacto del viento, tan importante en el diseño de edificios en altura, y que en este caso producía en el remate de las torres un movimiento de sólo 20 centímetros con vientos de hasta 160 kilómetros por hora.

Yamasaki, que en este proyecto (promovido por la Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey) colaboró con sus colegas neoyorquinos de Emery Roth & Sons y con los ingenieros Skilling, Helle, Christiansen y Robertson, había trabajado en su etapa de formación con el diseñador industrial Raymond Loewy, y sus fachadas solían tener la delicadeza de una trama textil, conseguida superponiendo al robusto armazón estructural una fina retícula que otorga a sus edificios una singular cualidad inmaterial. En las torres del World Trade Center, esa malla se realizó con unos sutiles elementos de aluminio que conseguían la estanqueidad de la fachada de vidrio sin impedir la ventilación natural, de manera que el edificio se protegiera del agua sin dejar por ello de respirar. Este refinado diseño de la piel de los colosos proporcionaba a los dos esbeltos prismas del distrito financiero de Manhattan una apariencia abstracta, lindante con lo metafísico, que los había convertido en algo más que una postal de la ciudad de NuevaYork: las Torres Gemelas eran la imagen más rotunda y persuasiva del poder del dinero y de la tecnología, una imagen exacta de la razón geométrica que el delirio de la barbarie ha transformado hoy en una ruina humeante y violenta. 


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