Miguel Fisac, 1913-2006

Órganos, huesos y pieles

Marta García Carbonero 
31/03/2013


Acosado por las herméticas manzanas del nuevo barrio de Sanchinarro, el que fuera estudio (1971) de Miguel Fisac sobrevive como testigo de aquel Cerro del Aire que la especulación inmobiliaria y la expansión de Madrid devoraron con el cambio de siglo. Desde el borde norte de esta isla entre vías de circunvalación, el estudio se levanta como un monumento a la audacia constructiva de su autor, un cúmulo de inventos ensamblados con la vocación icónica que Robert Venturi reclamaba casi al tiempo de su construcción. Así, el estudio recibe al visitante con una exhibición de las vigas-hueso ensayadas en los años 1960, un retablo de muros realizados con los encofrados flexibles patentados en la década de 1970 y la militante separación entre ventilación e iluminación en los huecos de fachada. Al interior, la muestra continúa con la pajarera alabeada que evoca la torre de los Laboratorios Jorba, mientras los grandes ventanales transforman el espacio en un privilegiado mirador que, con voluntad panóptica, se asoma a algunos hitos construidos de la vida y la obra del arquitecto: al sur, el Teologado de los Dominicos que, a mediados de los 1950, lo dio a conocer entre el público; al este, la casa a la que fue a vivir tras su matrimonio con Ana María Badell y, al norte, el colegio de Nuestra Señora de la Asunción (1965), cuya capilla da cuenta tanto de las estructuras desarrolladas para cubrir grandes luces, como de su apego a la liturgia renovadora del Concilio Vaticano II...


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