La ciudad más cosmopolita albergará los Juegos de más bajo perfil. Crisol de etnias, naciones y lenguas, esta capital financiera del mundo ha decidido invertir con cautela en sus terceros Juegos. Ninguna otra urbe había sido olímpica tres veces, pero las otras dos ocasiones (1908 y 1948) fueron anteriores a la explosión mediática del deporte, que ha hecho de los Juegos un espectáculo global, donde las pugnas atléticas son tan encarnizadas como las empresariales por los derechos televisivos, y los periodistas más numerosos que los que compiten. Colosal en audiencias y en impacto, el deporte ha pasado de ser el drama para la gente que no va al teatro o la ritualización del conflicto tribal a convertirse en un ‘complejo deportivo-industrial’ que mueve sumas ingentes de dinero.

Pero no ha sido el deseo de promover el deporte como escuela de vida o guerra incruenta, sino el de atraer la atención del mundo, lo que ha conducido a muchas ciudades al endeudamiento ruinoso y a la herencia tóxica de grandes infraestructuras sin uso alguno, una amenaza que todavía en marzo de 2012 la edición europea del Wall Street Journal representaba, en la portada de un suplemento, con un gigantesco elefante blanco sobre Londres. Ese riesgo, sin embargo, se ha intentado reducir en la capital británica, donde la preocupación por el ‘legado’ de los Juegos ha llevado a promover muchas obras provisionales o desmontables, y donde incluso alguno de los pocos edificios permanentes, como el Centro Acuático, tiene adosadas grandes tribunas que se retirarán tras el evento.

De hecho, Londres se ha propuesto utilizar los Juegos como una herramienta de regeneración urbana y territorial, localizando la mayor parte de las inversiones en el este de la ciudad, una zona menos próspera que el pujante corazón metropolitano. East London genera por habitante tres veces menos riqueza que West London, pero tres veces más que muchas zonas rurales de Gran Bretaña: el dinamismo financiero de la City oculta el declive de buena parte del país, que en el pasado exportó sus deportes favoritos hasta las últimas fronteras de la Commonwealth, y hoy los recibe, transfigurados por la globalización y el espectáculo, en áreas deprimidas de la capital, mientras en el centro de ésta los nuevos iconos arquitectónicos materializan las mudanzas en los flujos de capital.

Hace medio siglo, en Londres sólo superaban los 100 metros de altura San Pablo y el Big Ben, la catedral y el parlamento. Hoy hay una docena de torres de más de 150 metros, y todas relacionadas con el dinero; y cuando los inversores de Qatar inauguren el Shard, cuyos 310 metros lo hacen el más alto de Europa, el skyline hablará del dinero ruso o del Golfo que ahora mueve esta ciudad planeta. Pero el este de Londres tiene su propio icono, que lo será también de los Juegos: la torre Mittal Orbit, una juguetona y confusa construcción de 115 metros pagada por un magnate indio del acero y diseñada por un escultor angloindio y un ingeniero de Sri Lanka. Otra obra cosmopolita en su financiación y en su proyecto, y acaso también un arbitrario emblema de los tiempos.   


Etiquetas incluidas: