Fingimos ser habitantes del globo, pero en realidad vivimos en un mundo pequeño. Las revistas AV/Arquitectura Viva se propusieron, desde su nacimiento hace ya casi un cuarto de siglo, dar cuenta de la arquitectura del planeta, y la elección de Berlín como tema del primer número —lo mismo que el retorno a la capital alemana para celebrar nuestro décimo aniversario— ilustra esa decidida vocación internacional. Sin embargo, cualquiera que haya seguido nuestra trayectoria desde entonces, a través de los 250 números publicados hasta la fecha —a los que habría que añadir las dos docenas largas del tercer miembro de la familia, la joven AV Proyectos, que por cierto ha señalado el inicio de su quinto año haciéndose bilingüe—, advertirá que las revistas se ocupan sobre todo de Europa Occidental, América y Japón, dejando el resto del mundo en una incierta penumbra.

La curiosidad por todas esas zonas del planeta poco iluminadas por los medios fue el principal motivo para emprender la confección del Atlas, un proyecto apoyado desde el primer momento por la Fundación BBVA y su director, Rafael Pardo; y un proyecto también que, tras haber llegado a término, tendrá continuidad con una serie de cuatro volúmenes (Europa; Asia y Pacífico; América; África y Oriente Medio) que, en el mismo marco institucional, se proponen analizar de forma más minuciosa la arquitectura contemporánea del conjunto del globo, procurando reconciliar en un relato común las zonas que actualmente se encuentran bajo los focos del espectáculo con aquellas otras emergentes a las que quizá pertenece el futuro, y también con las que ni antes ni ahora han disfrutado de más atención que la otorgada por catástrofes bélicas, geopolíticas, climáticas o sanitarias.

Aunque ocasionalmente hemos procurado entender lo que ocurre en las regiones de la Tierra más ocultas a la mirada convencional —y de ahí los monográficos dedicados a la Europa del Este, el Golfo o China— lo cierto es que la edición del Atlas nos ha hecho abrir los ojos a lugares distintos y distantes, resultando en una experiencia pedagógica que, si perseveramos en evitar la comodidad de los paisajes habituales, debería enriquecer el abanico geográfico y temático de las revistas. Éste es el hilo conductor del presente número, donde la extensa reseña del libro por Kenneth Frampton —que ya dirigió un proyecto anterior de similar propósito y mayor envergadura— se acompaña de doce obras repartidas por el mundo, desde la Isla de Pascua hasta Burkina Faso, y desde la India hasta Australia, que tienen en común su enraizamiento en el ámbito local.

La arquitectura de la globalización se caracteriza por la proliferación planetaria de proyectos generados por oficinas multinacionales, y por la tendencia a construir fuera de sus fronteras de los arquitectos que alcanzan un cierto reconocimiento. Al mismo tiempo, y en contraste con la homogeneización producida por las marcas, la difusión de la información alimenta arquitecturas resistentes que, reafirmando sus orígenes, llegan a ejercer una influencia que desborda sus límites naturales. Acaso por ello, lo global y lo local se enredan en nuestro tiempo hasta formar una madeja inextricable. En el siglo pasado, Ortega y Gasset reclamaba una actitud cosmopolita como la única compatible con la modernidad, mientras Unamuno le contestaba argumentando que sólo se alcanza lo universal desde lo particular, y es probable que ambos estuvieran en lo cierto.


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