Opinión 

Tambores de guerra


Desfile del Día de la Victoria en Moscú, 9 de mayo de 2023 © Ministerio de Defensa de Rusia

De las élites sonámbulas en 1914 a las inflamadas de ardor guerrero en 2024: Europa se enfrenta al auge de los preparativos bélicos guiada por unos dirigentes sin experiencia biográfica del conflicto. Los nacidos después de 1945 han vivido en un continente que juzgaba inconcebible la guerra en su suelo, por más que el desmantelamiento del bloque del Este tras 1989 se hiciera con violencia en los Balcanes. Aquel fue un tránsito de la Guerra Fría global a la guerra caliente local, pero la actual pugna en Ucrania ha cambiado la percepción del riesgo, transformando la prolongada posguerra en que se ha desarrollado la utopía plácida de Europa en una atmósfera de preguerra que mueve a incrementar presupuestos militares y a exhibir fortalezas retóricas. Inspirados por el lapidario precepto latino, ‘Si vis pacem, para bellum’, los líderes europeos multiplican los gestos desafiantes y refuerzan la industria armamentística, en una espiral dramática que podría llegar a ser una profecía autocumplida. La posible pérdida de la protección estadounidense obliga a una mayor autonomía en la defensa, pero la contracción económica, demográfica y política del continente aconseja la negociación y la cautela antes que la arrogancia y la amenaza.

Muchas de las guerras actuales lo son por delegación o con herramientas híbridas, y el conflicto con Rusia muestra esas características, lo que ha impedido tanto un enfrentamiento directo con la OTAN como la escalada de la guerra, por más que se prodiguen los amagos ominosos de usar las armas nucleares: una posibilidad todavía improbable, pese al retorno de la bomba atómica y del síndrome de Oppenheimer en una cultura popular que llevaba varias décadas ignorando el pánico de la destrucción mutua asegurada que se contenía en el acrónimo MAD. Al cabo, el pulso geopolítico auténtico se da entre Estados Unidos y China, de la que Rusia e Irán son solo ‘junior partners’, y el régimen de Xi evita por ahora el conflicto frontal con Occidente, renunciando a alterar drásticamente las rutas logísticas o los medios de pago, aunque aceptando la ya inevitable slowbalization y cultivando sus vínculos comerciales y diplomáticos con el Sur Global. Menos orientado hacia la exportación, y con cada vez mayor independencia técnica y energética, el País del Centro debería ser un factor de estabilidad, si bien la situación no resuelta de Taiwán y el temor al relevo en la Casa Blanca le ha llevado a incrementar su gasto en defensa.

Queremos pensar que las grandes cuestiones a que se enfrenta la humanidad, del cambio climático a la inteligencia artificial, y de las migraciones al terrorismo, habrían obligado a centrar la mirada de las élites y los debates públicos en esos desafíos existenciales, y en la necesidad de abordarlos a escala planetaria. Pero la ceguera de los líderes y la inercia de las masas hacen sospechar que ni siquiera una amenaza extraterrestre —de las que es tan pródiga la ciencia ficción, en su última manifestación a través del éxito de los libros y las series sobre El problema de los tres cuerpos— podría movilizar las inteligencias y las emociones de los pasajeros de la nave espacial Tierra para aparcar sus conflictos intestinos. El recientemente desaparecido primatólogo Frans de Waal nos enseñó de qué forma los chimpancés o los bonobos resolvían sus diferencias, porque la agresión no era incompatible con la cooperación en beneficio de la supervivencia del grupo, y queda por ver si los humanos podemos estar a la altura de un hipotético planeta de los simios. Ni sonámbulos ni guerreros, los líderes de Europa deberían sustituir la fanfarria bélica de tambores y trompetas por el sosiego paciente de las mesas de negociación y diálogo.

Misil Taurus, desarrollado por un consorcio europeo © AP


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