Las sucursales del Banco de España tienen algo de ciudadela o —si se quiere— de peculiares cajas fuertes que facilitan el movimiento de ese singular fluido que es el dinero. Definido mediante un estricto programa que describe su funcionamiento con precisión extrema, el proyecto debía resolver itinerarios y movimientos, tanto de personas como de vehículos, procurando que no se produjeran cruces e interferencias que entraran en contradicción con la cuidadosa y segura manipulación que exige la moneda.

Desde el primer momento, se intentó encajar el programa en un sólido cerrado, perfecto. La diversidad se consiguió actuando sobre un sistema de vacíos, sin que el volumen exterior se viera afectado. En este empeño, el procedimiento compositivo se hizo depender de una figura regular, casi cuadrada, generada por un módulo de 2,40x2,40 metros, y en la que se encajan superficies y figuras que, en su concatenarse, dan respuesta a las exigencias del programa. El casi cuadrado se subdivide por medio de secuencias y ejes que dan lugar a un sistema de figuras autónomas, sin quebranto del perímetro.

El volumen cerrado y escueto en el que ha quedado comprendido el programa se extiende más allá de los muros en un pórtico que dota al Banco de protagonismo urbano. El edificio reconoce así la ambigüedad del entorno urbano: por un lado, el pórtico resuelve, gracias a su escala monumental, la visión remota desde la glorieta; por el otro, una puerta de dimensiones más reducidas y coronada por un escudo se asoma a la avenida para facilitar el encuentro con la ciudad desde su acceso más inmediato.

La masa del banco se extiende en continuas bandas horizontales de mampostería, y en ella se confunden el pórtico, los paramentos y los muros de contención. Se adivina un sistema de plataformas ajardinadas que acentúa el carácter de reducto que posee la construcción. Un carácter al que contribuye la piedra roja de Alicante, cuya gruesa textura apiconada se manifiesta en las hiladas que se dibujan con fuerza en el corte oblicuo de las juntas.

El carácter de fortaleza del edificio se refleja también en los huecos, que se modulan según las hiladas horizontales de la cantería y se producen con libertad para atender a los espacios interiores, de manera que unas veces son simples y otras de doble altura, y siempre se combinan con elementos de rejería cuya importancia es clave en la imagen final de los huecos. El efecto así conseguido es el del contraste entre la regularidad de uno de los frentes y la variedad, más urbana y rayana en lo pintoresco, de la fachada que se asoma al pórtico...[+][+]