Libros 

La felicidad de la lectura, iniciaciones digitales

Luis Fernández-Galiano 
31/10/2009


«¡Es el futuro!» Hace unos meses, Antonio Ortiz me transmitió su entusiasmo por el libro electrónico. Era el primer amigo arquitecto en hacerlo, y su invitación a ensayar la lectura digital se sumaba a un cúmulo de informaciones y opiniones sobre esta revolución tecnológica. Para alguien que ama los libros, pero que no usa portátil ni móvil, el asunto parecía tan fascinante como inabordable. Sin embargo, Papá Noel (los Reyes Magos son analógicos) tuvo la amabilidad de dejar un Kindle en mis zapatos las pasadas Navidades, y este ludita resistente se vio obligado a la inmersión en el océano intimidante de la edición electrónica. Desde luego, comentar la experiencia de usar el lector de Amazon tras la aparición estelar en enero de Steven Jobs presentando la tableta de Apple —ese esperado iPad que The Economist bautizó con el apelativo bíblico y mesiánico de ‘El libro de Jobs’— resulta algo veterotestamentario, cuando la buena nueva de hoy parece residir en esa pantalla táctil y multicolor que aspira a transformar ordenadores, telecomunicaciones y medios (y especialmente la edición de libros o diarios) con su múltiple función de reproductor, consola, lector y navegador. El modesto Kindle, que por delante del Reader de Sony era hasta ahora la tableta más popular para la lectura electrónica, es desde luego más pequeño (204x135x7mm frente a los 243x190x13mm del iPad), monocromo y de limitadas prestaciones, pero a un analfabeto informático le sirve para explorar la terra incognita de las bibliotecas digitales. 

Después de descargar con auxilio filial diversos clásicos gratuitos —de Adam Smith o Macaulay hasta Joyce, porque debe advertirse que las publicaciones en inglés dominan ampliamente el escaparate electrónico—, y después de comprobar que podía transferir mis propios textos desde los ordenadores de la oficina hasta mi casa usando el servicio Whispernet de Amazon, la misma red me sirvió para acceder a su librería virtual. Allí pude adquirir, por 13.79$ y a título de cobaya para mi experiencia lectora, el libro de arquitectura más vendido en esta tienda electrónica, que resultó ser The Architecture of Happiness, un ensayo de Alain de Botton que ya conocía en su versión original inglesa en papel, al igual que en su traducción española de 2008, que publicó Lumen como La arquitectura de la felicidad, sin que ninguna de las dos ediciones encuadernadas consiguiera despertar mi apetito de lector, pese a las numerosas reseñas con las que había ido tropezando, y que daban cuenta de la popularidad de su autor en el mundo anglosajón. De Botton, un historiador y filósofo de origen sefardita, nacido en Suiza, educado en Gran Bretaña y residente en Londres, es sobre todo un inteligente escritor y agudo comentarista televisivo que, tras ocuparse del amor y de Proust, ha trasladado su mirada irónica y cómplice a la arquitectura, donde su ‘filosofía de la vida cotidiana’ le llevó a fundar en 2009 una organización denominada Living Architecture, y a ser nombrado en 2010 Honorary Fellow del American Institute of Architects. 

Esta nota es por tanto una crónica de la lectura electrónica, pero también un comentario sobre la visión arquitectónica del cosmopolita y políglota autor del bestseller de Amazon, al que sólo me he animado a leer tras adentrarme en su copia digital. Vaya por delante que el Kindle es un aparato de sobrio diseño, con su forma sutilmente carenada, cromatismo gris y hueso, controles lacónicos, manejo cómodo y amable tacto; la pantalla de tinta electrónica no produce fatiga visual alguna, y permite cambiar el tamaño de letra para acomodarla a las preferencias del lector, lo mismo que el altavoz incorporado lee los textos a la velocidad que se elija y con la voz masculina o femenina por la que se opte; y el funcionamiento es tan sencillo que está al alcance de ignorantes informáticos como el que firma, capaz de navegar por su contenido, subrayar párrafos o consultar su diccionario a los pocos minutos de tener la tableta entre las manos. Con el formato de un libro de bolsillo y memoria para un millar de volúmenes, parece la panacea para los que tenemos las casas invadidas por esos ejércitos silenciosos de papel, y tanto la inmediatez de la adquisición electrónica como la facilidad de las búsquedas en el texto (que no se divide en páginas sino en posiciones) dan a este dispositivo portátil prestaciones propias de un ordenador. Pero si estas características se adaptan bien a los libros de texto corrido, no ocurre lo mismo en el caso de los libros ilustrados, ya que las imágenes se reproducen deficientemente —con sus pies a menudo corrompidos por los lectores ópticos—, y su resonancia con el flujo narrativo o entre ellas absolutamente arruinada por la inevitable descomposición de la diagramación original del libro impreso. 

La afinidad entre el texto corrido y las tabletas lectoras beneficia a la obra del ensayista, ya que la calidad amena de su prosa permite seguir el hilo de los razonamientos sin el apoyo de un discurso visual, que en la edición en papel es digno, pero no excelente, de manera que no estimula la lectura, mientras que en la digital es tan incómodo y accesorio que el lector se ve obligado a establecer un diálogo exclusivo con la voz del narrador. Éste, que se aproxima a la arquitectura desde la experiencia de la vida, manifiesta una frescura de enfoque y una independencia de juicio que cautiva, porque evita a la vez la mentalidad de anticuario común a muchos de los formados en las humanidades, y el dogmatismo moderno que ciega a tantos arquitectos. Chispeante de anécdotas, y al tiempo sostenido por una erudición que no se exhibe, De Botton es fiel al lema de Stendhal —‘la belleza es una promesa de felicidad’— en un itinerario narrativo y vital que le lleva de Chartres o Palladio hasta Zumthor, Herzog & de Meuron o Calatrava, pasando por Mies, Le Corbusier, Neutra, Kahn o Niemeyer. En ese trayecto, sus comentarios de aprecio o censura están siempre movidos por la empatía, acuñados en un lenguaje que saca la arquitectura de sus lazaretos académicos, y tan articulados que pueden suscitar el desacuerdo o la discrepancia, pero nunca el desdén. Dicen que 2010 será el año del libro digital, una mudanza tan importante como fue el tránsito del rollo al códice, o la aparición de la imprenta de tipos móviles. Si así fuese, la arquitectura de la felicidad habría sido mi bautizo en esta forma renovada de la felicidad de leer. 


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