Opinión 

H&deM, las dos primeras décadas

Luis Fernández-Galiano 
30/06/1999


La obra de los arquitectos de Basilea Jacques Herzog y Pierre de Meuron es una de las más importantes de este final de siglo. Dos décadas después de formar su estudio, el balance de su trabajo tiene pocos equivalentes en Europa o en el mundo: centenar y medio de proyectos, con el resultado de veinte o treinta edificios deslumbrantes por su originalidad y su perfección, y al menos dos obras maestras absolutas, la cabina de señales de los ferrocarriles suizos y las bodegas Dominus en el valle de Napa. La eficacia pragmática de sus plantas, el extraordinario refinamiento visual de sus fachadas, y sus frecuentes colaboraciones con artistas plásticos han codificado una imagen de su obra como arquitectónicamente conservadora y artísticamente innovadora. Sin embargo, la descripción de su trabajo como minimalismo ornamentado es una convención reductiva que desfigura sus propósitos y sus logros.

Tras su verosimilitud funcional y constructiva hay un armazón intelectual que les permite entender cabalmente el mundo contemporáneo, dialogando con sensatez con sus clientes privados y públicos, y reconciliando los intereses de los actores urbanos y económicos sin dogmatismo narcisista; y tras la elegancia impecable de sus revestimientos hay algo más que un ojo entrenado y una mano segura: hay una devastadora pulsión expresiva que pugna por aflorar con violencia contenida, y en esa tensión insoportable reside el formidable impacto emocional de sus construcciones materiales. He perseguido la obra de estos suizos de San Francisco a Berlín, y de Gran Bretaña a Francia; y la he comentado con sus autores —Jacques Herzog sobre todo, pero también Pierre de Meuron y Harry Gugger— en Harvard y en Basilea, en Londres y en Madrid: esta monografía es el resultado de esa exploración.

En las primeras versiones del sumario, y estimulado por la devoción enológica de los arquitectos, establecía un par de añadas excepcionales, que servían de cesura entre diferentes épocas: 1989, el año que se proyectó la cabina de señales y la colección Goetz, y 1998, en el que los proyectos adquirieron una inesperada libertad geométrica y formal; la primera fecha, que es también la de significativas exposiciones y publicaciones, separaba la pausada década de los ochenta, durante la cual no se realizaban más de cuatro o cinco proyectos por año, de los más prolíficos noventa, en los que el ritmo se acelera a un proyecto mensual; y la segunda fecha introducía el panorama incógnito del siglo entrante. Sin embargo, ésta era una fractura algo artificiosa, y finalmente se ha preferido la división en dos décadas, eligiendo diez obras de cada una de ellas y añadiendo un apéndice de proyectos recientes.

La valoración crítica no puede omitir la propia reflexión de los arquitectos, que aquí se incorpora en los textos que acompañan a las obras, e incide asimismo en los artículos de presentación. La deuda de su trabajo con Rossi o Beuys, lo mismo que la interpretación de sus pieles en términos semperianos son lugares comunes que parece inevitable repetir; pero su obra se relaciona también con un ilustre ciudadano de Basilea, el filósofo Friedrich Nietzsche, y esta hermenéutica dionisíaca quizá resulte menos habitual. En ocasiones se menciona a Herzog para referirse al conjunto del estudio, aunque su energía es tanta que la sinécdoque parece disculpable; y sin embargo, Herzog necesita a De Meuron como la pila de uranio las barras de grafito, o como Nietzsche a Franz Overbeck. H&deM no es una marca, sino una simbiosis fraternal...


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